jueves, marzo 19, 2009

TE JURO QUE NO ES OBSESIÓN

Hace un par de años, mientras me recuperaba (otra vez) de una nefasta y dolorosa relación que luego de un buen tiempo terminaba (otra vez), conocí a un chico bastante, cómo decirlo, lindo. Era sumamente cortés, cariñoso, tímido, lo que exudaba cierta ternura. Era, en pocas palabras, un hombre al que muchas chicas querrían para una relación seria y estable. Sin embargo, honestamente, no era mi tipo.

Creo que debí ser más clara en este punto, porque pese a mi resistencia, la escasa resistencia que me permitió el alcohol en medio de una fiesta, el muchacho hizo de cuenta que nos gustábamos y me vi atrapada en el inicio de una relación que no quería, sin saber bien cómo decírselo para no herir sus sentimientos (sentimientos que, probablemente en medio de mi ebria soledad, yo había fomentado).

Luego de mucho pensarlo (mala señal), decidí darle y darme la oportunidad. Todo iba muy bien al principio. Me gustaba su timidez, la forma en que me trataba y, aunque era evidente que no había mucha química, nos esforzábamos por hacer que las cosas funcionaran.

No tardé mucho en darme cuenta (sus besos me lo dijeron), de que no había tenido muchas relaciones en su Vida, que si bien no era muy larga, al menos sí lo era más que la mía. Al principio eso no fue ningún problema; comenzó a serlo cuando pequeños detalles sacaron a relucir que se estaba aferrando poco a poco a mí, en escasas tres semanas.

La primera vez que lo noté, fue un día que no estuve disponible para verlo, por un compromiso familiar. Olvidé el celular en casa. Cuando regresé tenía cerca de 20 llamadas perdidas y un par de mensajes: en uno de ellos me reclamaba y en el otro me justificaba.

No pasó mucho tiempo para que el incidente se repitiera. Pero el más notorio, fue aquella vez en que mi teléfono se descargó totalmente, y salí a hacer compras con mi mamá. Nuevamente, cuando regresé, me encontré con la noticia de que, en repetidas ocasiones (cada quince minutos aproximadamente), habían llamado a la casa preguntando por mí; era siempre el mismo hombre, obviamente cambiándose el nombre, como temiendo que me estuvieran negando. Al saber esto, prendí mi celular y me encontré con varios mensajes preocupantes.

Cuando le llamé y le anuncié que necesitaba hablar con él, se puso medio paranoico; típico: que si vas a terminar conmigo, que si ya no me quieres, que qué está pasando. De la manera más sincera, le repetí que sólo quería hablar con él. Y era así. Quería poner las cosas en claro, aterrizarlas un poquito y por qué no, continuar con la relación, aún cuando a esas alturas del partido no sabía exactamente que era lo que estaba haciendo.

Pese a que quedamos de vernos al día siguiente, un consejo probablemente recibido de su almohada, le dijo que lo mejor era anticiparse y terminar conmigo antes de que yo lo hiciera. Y, efectivamente, terminó conmigo. Un mensaje me comunicó la liberadora noticia, que más que pesar, me causó alivio de no tener que llevar más allá una situación que a todas luces no podía prosperar.
El problema fue que tal vez se lo dejé ver bastante claro, porque repentinamente, de su fingida indiferencia pasó a verdadera desesperación.

La única solución a la que pude aferrarme (aunque en este caso el aferrado era él), fue hablar ahora sí, fuerte y claro sobre mis sentimientos. No estaba dispuesta a cometer dos veces el mismo error y caer nuevamente en una demagogia que me atrapara en estoicismos.

Y bueno, aunque nos costó un buen rato de desveladas, cuentas de teléfono elevadas, una que otra lágrima y mucho sentimiento de culpa, poco a poco aquel ideal que se había formado se desvaneció, nuestra versión distorsionada del amor se acabó y sólo quedamos dos seres humanos incompatibles que se debían apenas el saludo.

Creo que uno de los motivos por los que nos asimos a una persona, es la idealización. Tal vez a veces también influya el pensamiento de que si dejamos ir aquella oportunidad que se presenta de repente, por mucho que no sea buena para nosotros, no habrá nada más.

Ambas situaciones redundan en el error y nos pueden hacer caer en una situación dañina a distintos niveles, no sólo para nosotros, sino para el objeto de nuestro afecto.

Afortunadamente, mi episodio como blanco obsesivo hasta cierto punto, no duró mucho ni fue tan profundo. No cabe duda que es mejor hablar claro desde el inicio para evitar la situación, o estando ya en ella, hacerlo cuando el asunto es aún incipiente, antes de que las cosas se tornen aún más difíciles a nivel de estabilidad emocional.

Cuando una opta por ser enteramente sincera sobre lo que quiere y más aún, sobre lo que no quiere, no pasa de que se convierta en la villana insensible que rompió sin misericordia su corazón y mató sus ilusiones y a la que odiará con todas sus fuerzas por mucho, mucho tiempo; o en la mujer de sus sueños, inalcanzable, a la que no puede dejar de pensar, a la que le dedica canciones de dolor y frases tristes, a la que buscará por varios meses con la esperanza de que recapacite; o peor aún: en ambas a la vez.


[Acá les dejó un video que me encontré. Se trata de una animación relacionada precisamente con esas obsesiones que todos tenemos. Nos muestra también que no sólo tendemos a aferrarnos a las personas. Chéquenlo. Está interesante y te deja pensando.]